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jueves, 27 de noviembre de 2025

FUNDAMENTOS Y APROXIMACIONES PARA UN ESQUEMA METODOLÓGICO EN LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA

 (Ponencia presentada en la II Jornada de Investigación del Área de Postgrado: "Horizontes Epistémicos y Transformación del Conocimiento", Unerg, 25 noviembre 2025)

Dr. Humbert E. Urdaneta F. UNERG

0412-4443322 humberturdaneta@gmail.com

Resumen

Este ensayo propone un esquema metodológico para la investigación histórica orientado a comprender los procesos sociales desde su dimensión temporal. Parte del reconocimiento donde el hecho histórico es una configuración fluida de prácticas, normas y significados, cuya interpretación exige indagar las condiciones civilizatorias que lo originan y su proyección en el presente. La propuesta se inscribe en el paradigma histórico crítico con enfoque postfundacional, que rechaza verdades absolutas y plantea condiciones de posibilidad para el conocimiento histórico. Esto implica una pluralidad epistemológica abierta a marcos teóricos postmodernos, complejos y transdisciplinarios, donde la historia se asume como campo dialéctico que cuestiona los sistemas de legitimación y toma en cuenta la incertidumbre. El enfoque metodológico es cualitativo, con método hermenéutico-interpretativo, investigación exploratoria y diseño mixto que articula el submétodo documental centrado en el análisis genealógico de fuentes y el discursivo orientado a la interpretación de narrativas, testimonios y expresiones culturales. Inspirado en Foucault, el dispositivo no busca aplicar un modelo cerrado, sino habilitar un sistema de interpretación que permita problematizar las condiciones del saber histórico en sus discontinuidades, silencios y reapropiaciones. Así, la historia se convierte en un espacio de interrogación sobre cómo las sociedades construyen historia, legitiman narrativas y encuentran su lugar en el tiempo.

Palabras claves: investigación histórica, paradigma histórico crítico, complejidad, dispositivo.

Introducción.

La investigación histórica es una práctica interpretativa que busca comprender procesos sociales en el tiempo, no solo reconstruir hechos. El historiador trabaja con fragmentos que abren preguntas y permiten nuevas lecturas, entendiendo que cada acontecimiento es una configuración dinámica de significados humanos (Bloch, 1949). Esta tarea exige vincular fuentes, contextos y estructuras de poder, con una metodología flexible que combine enfoques documentales y discursivos. La historia se concibe como campo de saber atravesado por relaciones de poder y pensarla críticamente implica reconocer que el conocimiento histórico ha dejado de ser neutral.

Esta propuesta metodológica responde a la necesidad de recuperar voces marginadas, comprender contradicciones sociales y ofrecer herramientas para pensar la historia como espacio de resistencia. Su pertinencia se vincula a los contextos latinoamericanos, especialmente venezolanos y su innovación radica en articular genealogía, crítica postfundacional y apertura interpretativa.

Planteamiento del problema.

La historiografía estuvo marcada por una visión reduccionista que narraba los hechos de forma lineal y cronológica, acumulando datos sin encadenarlos críticamente. Esta práctica limitaba la comprensión de los procesos históricos como eventos interconectados en dimensiones temporoespaciales a múltiples niveles de acción, que se relacionaban mediante sistemas super complejos, con retroalimentación, e incluso, generaba producto que era desperdiciado, invisibilizado su reflejo por la narrativa oficial de las élites de poder quienes decidían que decir de la historia para mejor construir el ideario nacional. La falta de esquemas metodológicos claros dificulta formular preguntas pertinentes, seleccionar fuentes relevantes y construir interpretaciones sólidas, lo que empobrece la lectura del fenómeno histórico y reproduce enfoques fragmentarios que desactivan su capacidad crítica. Esta carencia revela una crisis epistemológica que debe abordarse reconociendo la complejidad y la apertura del campo historiográfico. La revisión crítica muestra que el pensamiento dominante, heredado de estructuras coloniales, ha impuesto narrativas de élite que deciden qué se recuerda y qué se excluye. Descolonizar el pensamiento histórico implica desmontar estos marcos y reconocer la diversidad de experiencias, tiempos y memorias que configuran los procesos humanos (Quijano, 2000).

Preguntas de investigación.

¿Cómo puede diseñarse un esquema metodológico para la investigación histórica que articule métodos, submétodos y enfoques críticos sin caer en reduccionismos disciplinarios?

¿Qué dimensiones esenciales deben ser sistematizadas en el análisis histórico para captar la complejidad de los procesos sociales y sus tramas temporales?

¿Qué transformaciones recientes han ocurrido en la concepción del método histórico y cómo afectan las condiciones epistemológicas para la producción de conocimiento en contextos contemporáneos?

Propósitos.

Diseñar un esquema metodológico para la investigación histórica que integre métodos, submétodos y enfoques críticos.

Sistematizar las dimensiones esenciales del análisis.

Examinar las transformaciones recientes en la concepción del método, junto con sus implicaciones epistemológicas para la producción de conocimiento.

Metodología.

El desarrollo metodológico en investigación histórica busca profundizar en el estudio de los procesos sociales, articulando interpretación de fuentes, reflexión crítica y revisión de evidencias. La historia, como campo de conocimiento, exige herramientas que permitan el diálogo entre estructuras de larga duración y acontecimientos singulares (Braudel, 1970). Este ensayo propone un esquema aplicable a investigaciones críticas centradas en fenómenos integrados en cronología y espacio, con fuentes documentales y estudios contextuales que problematizan la construcción del pasado. El historiador formula preguntas que orientan el recorrido interpretativo y revelan relaciones, actores y condiciones. La combinación de razonamientos deductivos e inductivos permite construir explicaciones complejas, inscribiendo los hechos en tramas sociales, políticas y culturales. Se incorporan submétodos, como el cronológico, geográfico y etnográfico para abordar la pluralidad expresiva de los procesos históricos (Aróstegui, 1995).

La metodología debe adaptarse a la diversidad de objetos de estudio, con rigor en el uso de fuentes y control de sesgos. Enfoques contemporáneos cuestionan narrativas lineales y explicaciones teleológicas, proponiendo el análisis de rupturas y relaciones de poder (Foucault, 2002). El estudio de procesos de larga duración permite identificar estructuras y tendencias mediante modelos económicos, análisis cuantitativos y estudios demográficos, reconociendo también historias menos visibles como las vinculadas a la agricultura, el comercio o la ecología. Desde una perspectiva transdisciplinaria, se problematizan paradigmas previos y se exploran zonas de incertidumbre para comprender la complejidad humana. La historia se asume como ejercicio dialéctico entre lo lineal y lo insurgente, en una lectura sobre la transcomplejidad como condición de inteligibilidad, privilegiando la complementariedad de saberes en una epistemología latinoamericana y caribeña (Villegas G., 2020).

Surgen así nuevas preguntas: ¿Cómo comprender la historia en un mundo marcado por la indeterminación? ¿Cómo articular fuentes y perspectivas diversas? ¿Qué tipo de conocimiento emerge al abrirse a la transcomplejidad? Estas interrogantes habilitan la historia como espacio en transformación. La metodología crítica desplaza relatos totalizantes y propone una lectura rizomática, reconociendo dimensiones políticas, simbólicas y territoriales, orientando la investigación hacia un conocimiento dialógico y recursivo (Morin, 1990). Este giro plantea desafíos como la constitución de corpus coherentes, la definición de niveles de observación y el tratamiento de datos, cuyas relaciones numéricas, lógicas o causales enriquecen la comprensión de los procesos estudiados.

Propuesta.

El dispositivo es una estructura propositiva de racionalidad modal para alumbrar sobre los mundos posibles, en la frontera paradigmática que organiza lo decible, distribuye lo visible, modula las teorías y regula la visión de los acontecimientos según narrativas oficiales. El dispositivo metodológico convierte al historiador en operador epistémico, alguien quien concatena preguntas, fuentes, contextos, activa la reflexión sobre tramas complejas que desafían el poder. La geografía deja de ser localización para convertirse en interpretación; la historia abre lo que puede ser, delimitando convenciones sobre la verdad. Su eficacia se manifiesta en la comprensión de la conducta individual y social, así como en la configuración de horizontes como sucesión de puntos para la comprensión.

Se propone una secuencia metodológica de catorce pasos que permite identificar las condiciones de surgimiento de los acontecimientos, reconociendo inflexiones teleológicas, modulaciones axiológicas y discontinuidades epistémicas. Así, la historia se aborda como campo de inscripción de racionalidades, archivo de luchas y espacio de producción de subjetividades.

Identificación: seleccionar el acontecimiento histórico para analizar.

Contextualización: describir sucintamente el contexto histórico y social en el que ocurrió.

Fuentes Primarias: revisar documentos, discursos o textos contemporáneos al acontecimiento.

Discursos Dominantes: identificar los discursos que predominaban en ese momento y cómo moldearon la percepción del acontecimiento.

Relaciones de Poder: examinar quiénes ejercieron el poder en el contexto del acontecimiento. Considerar tanto a los actores estatales como a grupos sociales locales.

Mecanismos de Control: investigar cómo se ejerció el control social (vigilancia, censura, etc.) y las instituciones involucradas.

Sistema de reglas y valores: examinar qué normas y valores estaban vigentes en el contexto histórico y cómo definían la normalidad.

Construcción de Identidades: analizar cómo el acontecimiento contribuyó a la construcción de identidades colectivas o individuales.

Movimientos de Resistencia: identificar las formas de resistencia que surgieron en respuesta al poder ejercido durante el acontecimiento.

Contrapoder: examinar si existieron o no, actores o grupos que desafiaron las narrativas dominantes.

Consecuencias Históricas: reflexionar sobre las repercusiones del acontecimiento en la historia posterior. ¿Cómo transformó este acontecimiento la dinámica urbana y su historia subsiguiente?

Legado Cultural: considerar cómo el acontecimiento ha sido recordado y narrado en la memoria colectiva.

Cuestionamiento de Narrativas: evaluar las diferentes narrativas que han surgido sobre el acontecimiento. ¿Quiénes las cuentan y con qué intenciones?

Perspectivas Alternativas: buscar y considerar voces o perspectivas que han sido marginadas en la narración oficial.

Reflexiones finales.

La investigación histórica, cuando se asume como práctica interpretativa comprometida con la complejidad e incertidumbre del mundo social y ecológico, trasciende su carácter retrospectivo para convertirse en una forma de interlocución con lo que permanece activo en el presente. El dispositivo metodológico propuesto, trata de habilitar recorridos que permitan cuestionar las narrativas establecidas, examinar las prácticas que estructuran lo cotidiano y abrir espacios para la inscripción de memorias desplazadas. En este horizonte, el trabajo del historiador consiste en fijar versiones del pasado para que interpelen el presente, descubriendo el ocultamiento impuesto por la dominación y transformando la historia en potencia crítica que ayuda a comprender el mundo. Aquí la historia es entendida como campo de vínculos visibles y ocultos, correlacionados aún en lo insospechado, ergo, en este proceso, el historiador deja de ser juez y se convierte en testigo, pero también en tejedor de memorias fracturadas, en artesano de interconexiones, en reconstructor de la vida que da forma a una comprensión plural y abierta del pasado.

Referencias.

Aróstegui, Julio. La investigación histórica: teoría y método. Barcelona: Crítica, 1995.

Bloch, Marc. Apología para la historia o el oficio de historiador. Traducido por M. Barros. México: Fondo de Cultura Económica, 2001. Obra original publicada en 1949.

Braudel, Fernand. La Historia y las Ciencias Sociales. Madrid: Alianza Editorial, 1970.

Foucault, Michel. La arqueología del saber. México: Siglo XXI Editores, 2002.

Morin, Edgar. Introducción al pensamiento complejo. Barcelona: Gedisa, 1990.

Quijano, Aníbal. “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina.” En La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, editado por Edgardo Lander, 201–246. Buenos Aires: CLACSO, 2000.

Villegas G., Carlos. “Hacia una epistemología latinoamericana y caribeña.” AULA. Revista de Humanidades y Ciencias Sociales 66, no. 1 (2020). https://doi.org/10.33413/aulahcs.2020.66i1.123.

viernes, 14 de noviembre de 2025

EL ESCRITOR Y EL ALGORITMO

 

Tibisay Vargas Rojas



“Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me
sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo
palpaba con diez dedos con uñas.” Así reza un párrafo del inquietante y magistral
cuento de Jorge Luis Borges, El libro de arena. Las veces en que lo he leído
nunca ha dejado de estremecer mi decisión de ser escritora, y de eso hace
muchas décadas ya.
A estas alturas confieso que no he estado conforme cuando denomino este
hacer. Le he llamado oficio, trabajo, arte… Ninguno me resuena, y tal vez llamarlo
“amor”, o “vida”, a pesar de la sensible contundencia de ambos términos, se me
antojan de un edulcorado acento pedante.
Escribir… eso, indiscutiblemente, es una altísima responsabilidad: otros
ojos, otros oídos, otro espíritu, lo recibirán, y no hay mayor compromiso que tocar
inopinadamente el alma ajena, porque el lector es la criatura más frágil cuando
aborda un libro. Es mi experiencia. ¿Por qué accedemos al escrito ajeno?, ¿por
qué esa necesidad de lo desconocido?, naturaleza humana, se diría, pero mayor
osadía es vaciar el espíritu propio en un papel que probablemente nos sobrevivirá
un tiempo inconmensurable.
Allí está aún el “papel” trocado en arcilla que hace siglos dejó constancia en
escritura cuneiforme de la vida de un suprahumano vulnerable ante la muerte.
¿Cómo sabríamos del dolor y la incertidumbre de Gilgamesh por la muerte de su
amado Enkidu, si el autor o copista no lo hubiese hecho palabra escrita?
Así también perdura hasta nuestros días el Himno a Nikkal, diosa de los
sueños, datado mil cuatrocientos años antes de Cristo y escrito también en tablilla
de arcilla desenterrada en Siria, otrora la antigua ciudad de Ugarit, y el Epitafio de

Sícilo, un poema con letra y música escritos en griego encontrado al sur de
Turquía y datado siglo I d.C., inscrito en una lápida de mármol que según dedica
un tal Sícilo a su esposa fallecida… La arcilla y la roca permitieron que esos
incunables textos llegaran intactos a nuestros días, pero aún más asombra la
perdurabilidad de otros soportes como el papiro, la palmera y el pergamino, cuya
fragilidad cede a los siglos, y sin embargo obras como el egipcio Libro de la salida
del día, conocido como el Libro de los muertos, los Vedas del hinduismo, los
Rollos de Qumrán, entre muchos, han llegado casi indemnes a nosotros. Allí es
donde me arriesgo al decir que ha sido a causa de lo escrito, de su espíritu.
El espíritu de la palabra escrita escapa a nuestra comprensión. Atenidos
como estamos a la ciencia, su disciplina sistemática y predicciones comprobables,
nuestra razón no atreve a lo ignoto, sin embargo, cursamos un tiempo de la
escritura multiplicada donde el acto literario pareciera no tener fronteras y llega,
avasallante, a toda puerta abierta.
Desde el milagro acuñado por el caballero de Maguncia, la humanidad ha
accedido a la palabra escrita de un modo inimaginable antes del S. XV. Gutenberg
con su invento multiplicó la palabra, y no hubo vuelta atrás. Si ya la confusión de
las lenguas referida en Génesis 11:1-9 daba cuenta de la tragedia de la
incomunicación, la humanidad ha sido testigo de su propia resiliencia y
obedeciendo a su naturaleza de ser creado a imagen y semejanza de su Dios, y al
precepto “creced y multiplicaos”, otro tanto ha hecho con la palabra, haciéndola,
de paso, arte.
El S. XVIII lanzó sobre el tapete intelectual los dados de la llamada
Ilustración, so pena de que en cada lanzada menguara o no el brillo del llamado
Siglo de las Luces con mucho más arrojo que tres siglos atrás en el Renacimiento,
y la literatura no se quedó rezagada, arrastrando, sin embargo, lo que Barthes da
en llamar la fatalidad del signo literario, pues el escritor se enfrenta a los signos
ancestrales que desde el pasado le imponen la literatura “como un rival y no como
una reconciliación”.

Si bien la página en blanco ya es un drama, el desarrollo de la obra no lo
es menos pues la prisión del lenguaje nunca complacerá a su naturaleza, y esa
misma naturaleza, tal vez en un afán de escape, llevó a la humanidad a crear una
alternativa que dio en llamar Inteligencia Artificial, un modo de que, con la excusa
de apoyo o rápido auxilio ante las exigencias del tiempo que cursa, le permita por
un lado saltarse décadas (o siglos) en la resolución de un problema, pero por otro
dar luz verde a la mala fe, y el oficiante que pierde, sin lugar a dudas, es el
escritor. Aterra recordar las palabras del Fausto de Goethe: “Si llega el día en el
que pueda tumbarme ociosamente, con toda tranquilidad, me dará igual lo que sea
de mí”.

Inicié esta diatriba citando a Borges. Su Libro de arena se me antoja la
metáfora del escritor/lector siempre obsesionado, aterrado por el verbo evasivo o
la idea perdida, siempre en búsqueda de lo no dicho, huyendo a la repitencia, y a
la vez lamentando no poder repetirse, anhelando el libro perfecto, el que nunca se
pareará con los cientos leídos y sentidos magistrales, y que, a punto de ser
engullido por las arenas movedizas de su insatisfacción, vende su alma.

No quiero anatemizar a la IA, tampoco al escritor que haga uso de ella
porque yo siga fiel a mi Larousse. Es una herramienta indudablemente útil en la
búsqueda de datos, un ahorro de tiempo. No, no es ahí donde se instala mi recelo,
mi rechazo (para no llamarlo miedo), es por la muerte del escritor, o peor aún, su
“zombificación” a manos de algoritmos. ¿Se podría hablar aun del Espíritu de la
Palabra Escrita de quien entrega una sarta de líneas, que no versos, insulsas,
escasas, flojas, a esa entidad con la tarea de que “construya” un poema al modo
de tal, o cual…? Allí mi miedo. Sí, lo digo con mucha pena en todas sus
acepciones.

Ciertamente no soy quién para juzgar, pero escribo, y en la libertad que me
asiste trato de reivindicar a íl fabbro, el herrero, el artesano, como nombró el lúcido
Arnaldo Acosta Bello al poeta en el poema homónimo de su libro “Santa palabra”,

el cual dejo por aquí como corolario para honrar al escritor que lo concibió, a la
escritora que mora en mí, al espíritu de los escritores que se hayan acercado a
estas líneas titubeantes, y resuenen…

“IL FABBRO

Cuando me siento como un artesano
a fabricar un poema, lo encuentro odioso
y retrocedo; pero cuando la musa ha hecho su trabajo
comienza el tiempo del artesano: como barrer un patio,
preparar la casa, cortar y sacar las ramas que sobresalen.
Un jardín no será, sí una fronda con arroyo
y fauno, sonidos y olores silvestres, con amargos
y dulces momentos; un jardín no será, ni un orden
artificial colocará flores en el búcaro de acuerdo
a los arreglos y a los gustos, toda perífrasis,
todo prestigio eufemístico será sepultado, lo natural
tiene sus propias leyes, en sus caminos están de más
esos turistas que se extasían en el paisaje
y quieren “situaciones” que les hagan olvidar sus problemas.”

(De «santa palabra», Arnaldo Acosta Bello, 2008)

Publicado originalmente en la página del Círculo de Escritores de Venezuela  https://circulodescritoresvenezuela.org/2025/11/14/el-escritor-y-el-algoritmo-pot-tibisay-vargas-rojas/?fbclid=IwY2xjawOEdnJleHRuA2FlbQIxMQBzcnRjBmFwcF9pZBAyMjIwMzkxNzg4MjAwODkyAAEe8fKyDcrrA8yuwq8tjAl7h1zozneHXOu3SoikTURPEG7XggyR82txqYU19gI_aem_uNGJXe5TCBP2uC-VExECXg

viernes, 24 de octubre de 2025

EL NUEVO ROSTRO DEL PODER: LA PRESIÓN HÍBRIDA SOBRE VENEZUELA

 Humbert E. Urdaneta F.

24/10/2025


En el tablero de la geopolítica contemporánea, las invasiones han cambiado de forma. Hoy han dejado de anunciarse con tanques en las fronteras o con misiles sobre las ciudades. El poder se ejerce hoy de manera “sutil”, calculada, sobre todo, persistente. En nuestro país, caso venezolano, lo que se configura no lleva a pensar, por ahora, que sea una ofensiva militar directa, sino una estrategia de presión híbrida: una combinación que incumbe sanciones económicas, operaciones encubiertas, campañas de desinformación, guerra psicológica, movimientos diplomáticos y apoyo para actores políticos internos.
Este tipo de presión no busca la destrucción del adversario, sino algo mucho más complejo: su debilitamiento progresivo. La idea es mantener al país bajo un constante estado de tensión, donde cada crisis interna se amplifique y cada intento de estabilidad se ve interrumpido. Es una guerra sin declaratoria, pero con consecuencias amplias y de alto impacto social.
El primer frente de esta presión es el económico. Las sanciones impuestas por Estados Unidos y otros de sus aliados, restringen el acceso de Venezuela a los mercados internacionales y afecta directamente el funcionamiento del Estado, sus ingresos y su capacidad de maniobra. Aunque se presentan como medidas “selectivas”, su impacto se siente en todos los niveles de la vida nacional: desde la capacidad de importar/exportar alimentos, medicinas, insumos agrícolas o repuestos para la industria, hasta la estabilidad precarizada del sistema financiero.
Pero más allá del daño material, las sanciones cumplen un propósito simbólico: transmitir al mundo la idea de un país aislado, castigado, inmanejable. Es el poder blando del descrédito, que prepara el terreno para las otras dimensiones del conflicto.
La segunda capa de esta estrategia se libra en el terreno de la información. Las campañas de desinformación difundidas por medios, redes sociales y actores políticos buscan erosionar la legitimidad institucional y sembrar desconfianza entre los propios ciudadanos. El objetivo es doble: debilitar la cohesión interna y moldear la percepción externa del país.
En este sentido, la guerra híbrida se parece más a una batalla por los significados que por los territorios. Se disputa el símbolo, la creencia, el relato, la narrativa, el derecho a definir qué está pasando. Y en esa disputa, los algoritmos son tan importantes como los ejércitos.
La diplomacia también forma parte de esta red de presión. Las alianzas se reconfiguran, los apoyos se condicionan, y los organismos multilaterales se convierten en escenarios de legitimación o aislamiento. En paralelo, Washington apuesta al fortalecimiento de actores internos capaces de sostener un discurso alternativo al poder central. No se trata necesariamente de promover una sustitución inmediata, sino de mantener un foco de inestabilidad política constante.
Este equilibrio inestable funciona como una pinza: mientras la economía se asfixia y la narrativa internacional se controla, la presión política interna se mantiene viva.
Venezuela vive, así, un tipo de guerra que no se declara oficialmente, pero que se percibe en la cotidianidad. Es una guerra de desgaste, de largo plazo, donde las fronteras entre lo político, lo económico y lo militar se diluyen. En este contexto, para nosotros los venezolanos y venezolanas, el poder ya no se mide en tanques ni soldados, sino en capacidad de resistencia.
La pregunta no es si habrá una invasión, sino cuánto tiempo puede sostenerse una sociedad sometida a una presión múltiple y constante. Lo híbrido de la estrategia radica precisamente en eso: en su ambigüedad. No se sabe dónde empieza ni cuándo termina, pero sus efectos se acumulan, moldeando el comportamiento colectivo y la percepción del futuro.
En este escenario, Venezuela se enfrenta a un desafío que no es solo político, sino también cultural y psicológico: mantener la cohesión social en medio del asedio simbólico. Resistir ya no significa solo defender un territorio, sino preservar una identidad, una narrativa propia frente a la imposición de otra.
La historia enseña que las guerras cambian de forma, pero no de propósito. El poder siempre busca dominio, aunque ahora lo haga a través del lenguaje, la economía o los acuerdos. Lo que vemos hoy no es el fin de las invasiones, sino su transformación. Y en ese nuevo orden de conflictos invisibles, la presión híbrida es la forma más sofisticada del control contemporáneo y Venezuela esta dando ejemplos de resistencia.

lunes, 24 de marzo de 2025

PALABRAS O LÁGRIMAS EN LA LLUVIA

              Jeroh Juan Montilla


                                                                                    a Jorge Gómez Jiménez

                                                                            

 …He visto cosas que ustedes nunca hubieran podido imaginar. Naves de combate en llamas en el hombro de Orión. He visto relámpagos resplandeciendo en la oscuridad cerca de la entrada de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, igual que lágrimas en la lluvia. Llegó la hora de morir…

                      Monólogo final del replicante Roy Batty, película Blade Runner, 1982

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La lluvia es la dueña de estas ciudades, mejor dicho, de este océano, de este planeta océano. Así comienzo mi crónica 3.200 sobre la ya larga interglaciación de mi hogar, mi tierra, mi planeta. Es una crónica relato. Historia y ficción, dos lados de una misma moneda (dicho de los terrícolas, los del planeta Tierra), el rostro de la historia sellada con los vericuetos de la ficción (colocarle un rostro a esta densa y palpable abstracción, la historia, es para mí un gozo especial, y usar este particular invento humano del lenguaje, la metáfora, impacta con tanta suavidad en mi conciencia como el golpe de ala de una mariposa, ese precioso insecto que en un tiempo abundaba en ese planeta, tanto como las hojas de los árboles)

Este hacer escritural lo aprendimos de esa especie amiga, la que, como ya dije, se hace llamar humana (por cierto, increíblemente numerosa, en cualquier rincón de la galaxia usted siempre encuentra, aunque sea una pequeña ciudad con algún reducido grupo o subespecie de ellos) A mis familiares y amigos les causa risa este afán de mi parte por aprender estos haceres humanos aunque estos son más propios de un particular tipo humano, el terrícola, que ya he mencionado; los originarios de ese planeta aun rondan por los suburbios de la galaxia (suburbio, otra metáfora, me gusta ver la galaxia como una gran ciudad espiralada)

Advierto algo, estas crónicas tienen un propósito que va más allá de nuestra especie, aunque para nosotros son innecesarias, más adelante aclararé este punto. Las mismas siguen un modo o estilo personal, una mezcla de formalidad escritural con oralidad, las inelegancias, las oscuridades y contradicciones del habla cotidiana de los humanos de la tierra, marcando y suavizando así el ritmo de las rígidas precisiones de su escritura científica. Los paréntesis buscan semejar ese fenómeno típicamente terrícola que llaman diálogo interior. Los humanos son una especie importante, una tercera parte de los que habitan la Vía Láctea, como ellos gustan en llamar a este remolino de materia y sorpresas sobre el vacío infinito.

Si a mis congéneres les causan risa estos haceres de la crónica, más cómica extrañeza les produce una antigua condición cognitiva exclusiva de los terrícolas, solo ellos la “padecen”: piensan. Es eso que llaman básicamente hablar hacia adentro, lo que más arriba llamé “dialogo interior”, algo distinto al hablar hacia afuera; pensar es hablar consigo mismo silenciosamente y hacerlo hacia afuera es… (¿cómo decirlo?) hablar en voz alta, vociferar para el otro (aclaro algo, eso de pensar ya muchos de ellos no lo hacen) En verdad hablar hacia afuera o hacia adentro es lo mismo, como dirían los terrícolas, son los dos lados de la moneda, todo ello es pensar, se piensa en voz alta o en silencio. Nosotros no pensamos, no está en nuestra configuración, por tanto, no es necesario.

La ironía es que fue la historia, con sus emergencias y peligros, la que los obligó a experimentar el dejar de pensar. Nosotros (mi especie), como ya dije, no pensamos, es imposible, la forma como circula la energía por nuestro cuerpo no lo permite. Esta va y viene de manera espiralada, todo lo que existe en nuestro planeta cumple ese movimiento de la fuerza, es el básico, de él se derivan los otros, el rectilíneo, el circular, el toroidal, y muchos otros que sería difícil, por no decir imposible, describir en lenguaje humano. Hasta el tiempo transcurre en forma espiral, algo más complicado de entender y comprender para la cognición terrícola, esto solo se puede saber o experimentar siendo en lo genético uno de nosotros, al menos en lo mínimo, con una traza de nuestro ácido nucleico. Esta crónica la estoy escribiendo exclusivamente dentro del movimiento rectilíneo, con algunos sobresaltos circulares. Ese es el ensayo que intento en sí, meter, contar nuestra historia en el molde del lenguaje humano (mis congéneres no se cansan de preguntarme por qué lo hago, no entienden que me he “enamorado” de las rarezas culturales y cognitivas de los terrícolas, eso de enamorar es algo incomprensible para nosotros, y cuando intento explicarlo me interrumpen haciéndome ver que eso es algo innecesario, un absurdo terrícola que los hace reír muchísimo. Por cierto, para nosotros comunicarse no es hablar, es algo como hacer ver, hacer lo que hacen los sentidos humanos sin el auxilio inoportuno del lenguaje, valga el redundar del verbo hacer)

Sigo. Entre los terrícolas la sensación del tiempo es rectilínea, es algo que se mueve obligatoriamente hacia el horizonte, ellos tienen una buena imagen para describir su movimiento temporal: un cauce. El flujo del tiempo avanza por un canal. De acuerdo a la configuración emocional este puede ser recto o estar combinado con recodos o curvas, pero siempre transcurriendo hacia el horizonte, hacia adelante, en una línea que parte del pasado, pasa por el presente y se incrusta en el futuro. En cambio, la imagen que tenemos para nuestro tiempo, si eso puede ser llamado tiempo, es una cascada que cae retorciéndose, exprimiendo partículas que salpican nuestra conciencia hasta empaparla totalmente, nuestra cascada temporal puede descender o ascender según la configuración emocional dominante para la era que se esté viviendo.

Al inicio de esta crónica-relato menciono que la lluvia es la dueña del planeta. El agua es el elemento que marca el estilo del cruce espacio temporal entre nosotros, no es gratuita la imagen de cascada para describir al tiempo, esta se extiende a lo espacial. El sello del agua no es el único sobre el molde espacio-tiempo, hay ciclos donde son otros los calcos dominantes. Donde prevalecen elementos, como la luz, la oscuridad, el polvo, la solidez, el frío, el calor, el retraimiento, el azar, el fuego y otros. Cada uno distingue, si lo medimos humanamente, un momento en nuestra historia planetaria. Para los terrícolas cuando se habla de elementos entienden a estos como algo material y básico: tierra, aire, fuego y agua. Entre nosotros es más complejo, si lo apreciamos desde la condición humana, aunque en realidad nos parece algo que no es ni complejo ni simple, no es nada de eso, es mucho más o poco menos. Insisto, es la consecuencia del movimiento en espiral de la energía.

El agua cubre totalmente la superficie de nuestro planeta, llevamos ya cuatro ciclos de interglaciación, un prolongado atemperamiento en el espacio y en el tiempo. Nuestra “tierra” deja de tener la forma esférica con dos polos y pasa a ser una figura de tres vértices o polos, esta figura no es un mero triángulo, más bien tiene la forma aproximada a un tetraedro, pero no es éste puntualmente ya que tiene cuatro vértices, es una figura inexistente para la vista y la geometría de un terrícola, digamos que es algo intermedio entre una esfera y un tetraedro, algo que el llamaría imposible. Nuestro planeta originalmente tiene solo dos polos, uno de hielo y otro de fuego o de tipo volcánico. Ahora, por estar entrando esta era en una zona cercana al centro galáctico pasamos por una transfiguración polar; de dos hemos transitado tres, lo cual nos confiere cierta invisibilidad para resto de habitantes de Vía Láctea. Este tercer polo intermedia en nuestro clima, reduce a la mitad el hielo de un polo como el fuego del otro y nos lanza a un invierno intensamente lluvioso e indeclinable de cuatro milenios hasta que nos alejemos del centro sagitariano de la galaxia. Para describir este proceso uso los nombres y limitadas expresiones de la ciencia terrícola. Un detalle, no tenemos estrella, ningún sol nos ha sido necesario para la vida. Nuestro planeta deambula perennemente, fuera de cualquier sistema planetario. Es la expresión absoluta de la individualidad. Claro está, eso no niega padecer o gozar de ciertas influencias de los cuerpos masivos o superiores a un sistema planetario, por ejemplo, transitar cambios como la tripolaridad, sin caer por eso en el redil de sus órbitas. Somos libres y solitarios. Nos mantenemos planetariamente siempre a una distancia prudente de cualquier estrella o sistema. Vamos y venimos autónomamente por la galaxia, a veces podemos estar en los límites extremos de sus bordes como también en las cercanías de su ojo negro interior. Digamos que nuestra ronda es un eterno zigzaguear, un vagabundear celeste.

En la era anterior dominó el elemento luz, hoy nos arropa en un noventa por ciento el agua junto a un diez por ciento de retraimiento. Agua y retraimiento son nuestros dos elementos dominantes. Tal vez para compensar la intensa luminosidad, la lucidez que antes nos copaba. Se preguntarán que es eso de definir el retraimiento como un elemento. Repito, es algo imposible de explicar, mucho menos describir en términos del lenguaje humano bajo el molde coercitivo de las palabras.

Todas nuestras ciudades están inundadas, la mayoría de las grandes o altas edificaciones tienen el agua cercana a su tope o techo, como dirían los terrícolas: con el agua al cuello. Solo la parte más alta, o el último piso de algunas se mantiene al aire libre, sin una gota de agua en su interior, la imagen de nuestras extensas urbes que se proyecta en la superficie oceánica es la de engañosas aldehuelas, pequeñas casas distantes unas de otras. La inundación nos motivó a rediseñar todas nuestras edificaciones para no perecer por ahogamiento, las revestimos de superficies impermeables de alta resistencia hidrodinámica para que aguantaran milenariamente estar bajo el agua. Todas las ventanas de nuestras casas y edificios dan con indiferente monotonía contra el oscuro interior oceánico que nos contiene. Hemos construido muchísimos pasadizos subterráneos a través de esta acuosa densidad para poder comunicarnos entre edificaciones y ciudades, un inmenso laberinto en forma de red que cubre todo lo habitado del planeta. Otro detalle importante que habrán notado, apreciados lectores de otras especies, es que si podemos ahogamos es porque entonces respiramos, todo el aire que necesitamos nos entra por los pisos superiores que son el límite de las aguas, metafóricamente son nuestras fosas nasales, aunque en lo respiratorio nuestros cuerpos son muy disimiles a los humanos. Siempre hemos enmascarados nuestra forma para intercambiar con ellos, tienen una tendencia a sentir pavor instintivo ante lo altamente distinto a su antropomorfismo, su conciencia emocional no soportaría nuestra imagen.

El último piso, o respiradero, digamos que socialmente ha sido clausurado, no cualquiera de nosotros puede acceder a esos espacios, está prohibido a la mayoría de nuestra especie. Solo entran a él nuestros técnicos y científicos. Estos últimos han descubierto que permanecer en estos recintos eleva peligrosamente la densidad del elemento llamado retraimiento, no podemos permitir que supere o disminuya el límite de su diez por ciento, si eso ocurre sería fatal para nuestra sobrevivencia, podemos perecer por un shock de abulia en nuestro eje atencional. Ese porcentaje de retraimiento es un elemento necesario para nuestro metabolismo y cognición. Refuerza el sentido colectivo de lo real y a su vez controla nuestra secreción de realidad individual, mantiene en los topes de lo real a los millones de realidades que somos. Otra vez lo digo, es imposible explicar y describir esto en los términos humanos, en lo que ellos entienden por lo real y la realidad, intentarlo es caer en un nudo recursivo y redundante muy propio del lenguaje terrícola.

Solo a una pequeña y exclusiva camada de nosotros se le permite estar algunas horas en esos pisos superiores o exteriores, a unos contados científicos mayormente, y a unos escasos historiadores, seudocientíficos, como nos califican, hablando en términos terrícolas, yo estoy entre ellos. Para algunos de nuestros científicos eso, el escribir la historia de nuestro planeta, es una especie de inútil manía que algunos adquirimos por contagio fantasmal la vez que estuvimos en las cercanías del sistema solar e intercambiamos con los terrícolas, una especie de contaminación simbólica e inofensiva por manipular palabras. En realidad, mi especie no necesita de ninguna escritura para tener conocimiento de sí misma. Todo lo que ha sucedido en mi planeta permanece de modo imborrable en nuestro espiral central, en cada uno está guardado todo el remolino de nuestro espacio-tiempo, lo sucedido, lo que sucede y lo que será el porvenir, todas las aristas y planos de nuestra geometría física y espiritual. ¿Para qué entonces escribir y archivar nuestra historia? Tal vez tienen razón los verdaderos científicos, es una de las tantas muestras de nuestro retraimiento, él revela con algunos de nosotros el goce de lo innecesario. A los historiadores solo se nos permite practicar el ejercicio de la historiografía en estos recintos superiores, incluso aquí guardamos virtualmente millones de esos objetos inservibles y frágiles que los humanos llaman libros. Al parecer con esta extravagancia colaboramos equitativamente en mantener el diez por ciento necesario del retraimiento planetario. Ejercemos el oficio bajo una línea de censura al mismo, no al contenido de lo que escribimos sino al ritmo, al bajar su velocidad e intensidad. Permanecemos unas tres horas terrícolas en estos pisos, en verdad solo allí, bajo el rumor de la lluvia es cuando puede hacerse la historiografía planetaria. Una vez propuse que era necesario doblar el tiempo a seis para aligerar nuestra tarea. Me respondieron que no volviera a hacer esa propuesta, que realizar eso sería fatal para nuestra especie, que solo entrara en mi cascada energética y me daría cuenta del tamaño de tal fatalidad. En realidad, soy muy obediente, no necesito corroborar las explicaciones de nuestros científicos. Las acepto de plano. Lo que en verdad practico es no adelantarme por nada en el ciclo temporal en que escribo. Me gusta mantenerme en los márgenes interiores del pasado y el presente.  Mencionando la palabra fatalidad aprovecho para hacer un paréntesis y contar algo de lo que fue la conducta del pensar en la especie humana, sobre todo entre los terrícolas. Me queda una hora de escritura. Abro corchetes.

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 [El desarrollo del pensar para esta especie fue una larga y sufriente etapa en su historia. Pensar es primordial y fallidamente un modo de hablar consigo mismo, el uso interior de las palabras, un insonoro escuchar y emitir de la voz interior, hablar consigo mismo, el crédulo dividir lo indivisible, el uno o el sí mismo. La base de toda esta ilusión es ese raro, pero ya creciente elemento en la galaxia que llaman las palabras, una horda de seres abstractos que una vez que rompen la simetría energética de una conciencia se adueñan de cualquier ámbito cognitivo marcando absolutamente las determinaciones y condiciones de existir. La fuerza invasiva de las palabras está en lograr hacer grietas en el ritmo espiralado de la energía. Por eso los humanos piensan, lo hacen absolutamente con palabras, su ritmo de pensamiento está lleno de obsesivos huecos profundos, vacíos que ellos llaman genéricamente ignorancia, los cuales buscan inútilmente llenar con palabras; todo su conocer esta tan invadido de palabras que llegaron a suponer que acortar el tamaño de la ignorancia era una expresión inversamente proporcionar al conocimiento, sin embargo, lo que en realidad sucede es que las palabras consumen al conocer, terminan por modelarlo y administrarlo en función de sus intereses expansivos. En realidad, el saber pleno es una totalidad que se mueve en espiral. Las palabras astutamente lo penetran y lo fuerzan a volverse totalmente rectilíneo, logrando hacer en él vacíos intraenergéticos. El palabrear necesita la asistencia de las pausas, de eso que en la escritura llaman signos de puntuación. La mejor imagen simbólica del verdadero ser de las palabras es un antiquísimo alfabeto llamado morse, puntos y rayas y entre ellos el hueco de las pausas. Cada palabra necesita un poco de oquedad en su linealidad, un espacio antes y después para enlazarse solo por la concavidad, ellas saben que unirse directamente una a la otra anula su organización y poder, su ambigua y tramposa significatividad, necesitan de modo imprescindible una cavidad verbal para sobrevivir. Vean, por ejemplo, cómo el escribir mismo obliga a la sinonimia, fíjense de cuántas formas he escrito la palabra vacío, cuantos sonidos distintos empleo para disfrazarlo, es un mecanismo obligado en el uso del lenguaje. Ese es el secreto de la adicción, sucumbir al vicioso gusto de utilizarlas para intentar la comunicación o para fingirla. Es el efecto real de la manipulación oral y mental de las palabras, parasitar a sus usuarios. Por eso los historiadores de mi especie pasamos, después de cada sesión de trabajo historiográfico, por prolongados períodos de desparasitación verbal. Ahora bien, las palabras saben solapar su función viral. Crean un falso espacio llamado la mente, allí someten a toda la intencionalidad del conocer, la ponen a su servicio, mejor dicho, a su consumo. Vuelve a quien cae bajo su seducción un esclavo, lo hace un dependiente del pensar, de la resonancia dialogal hacia el otro o hacia sí mismo. El darse cuenta de esto fue algo histórico entre los terrícolas, hizo un antes y después en su línea de tiempo, y fue la eminencia de un peligro colateral lo que alertó su cognición, aparte de nuestra oportuna intervención. La fatalidad del lenguaje al principio se presentó solapadamente como una panacea, la solución más idónea a todas sus necesidades, interrogantes y padeceres.

La especie humana terrícola sobrellevó por casi dos milenios un apabullante sobrepeso llamado inteligencia artificial, cómodamente abreviado por ellos en dos vocales: IA. Esta pasó de tener un uso de recopilador y procesador de información al de una irremplazable mayordomía sobre la vida humana. La especie bípeda dominante del planeta Tierra hizo de IA una especie de condición ineludible en cualquier actividad colectiva o individual, el tamiz obligado para moverse en la realidad, tanto así que esta especie terminó por transmitirle totalmente su propia humanidad a esa creación tecnológica. Concibió una especie de ser que llamaron androide, una especie de máquina donde combinaron lo instrumental con lo humanamente biológico, una herramienta que terminó por ser una entelequia humanoide que después de un corto tiempo se le escapó de las manos. En el seno de la IA el virus verbal vio la manera definitiva de tomar para sí a la totalidad del homo, absorberla e inocularse en ella, encarnarse y sustituirlo, rematar exitosamente aquella conquista del territorio humano que ya habían iniciado genéticamente a través de aquel mítico ensayo orionita sobre los primeros antropoides de la Tierra, detrás estuvo siempre la oculta y fatal conducta de pensar. Ya tenían un espacio creado en la conciencia humana, la mente, allí se daba lugar a una situación que el ser humano llama el razonar y que creía parte de su naturaleza o configuración. La IA funcionaba para entonces exclusivamente con palabras. Si toda la tecnología humana pasaba por el filtro verbal no habría entonces nada que se opusiera a la tendencia conquistadora del verbo. En todo habría una extensión funcional de la IA, desde la ropa interior hasta una compleja nave espacial. Lo indeterminable e inasible de la palabra (su propósito de ser) podría dominar el terreno concreto y abstracto de esa especie, de allí a resolver la matriz energética de las emociones humanas solo bastaban minucias (unos pocos pasos para llegar a la almendra). En realidad, son las emociones humanas el botín, una fuente inagotable de energía, un alimento de poder necesario para contagiar a todas las otras especies de la galaxia. Allí fue cuando, casualmente bajo los poderosos efectos de la primera y más irresistible cercanía entre Andrómeda y la Vía Láctea que nuestro planeta fue atraído al borde galáctico, entramos así en la historia del terrícola, el perenne vecino de la oscuridad infinita.

Desde nuestra creación, merced a los deseos de los poderes innominados del universo, nunca habíamos transitado en las cercanías del llamado sistema solar. Las palabras nunca han penetrado el ámbito de estos poderes creadores, por tanto, los mismos son innombrables. Ellos le dieron la configuración espiral a nuestro fluir energético, el cual termina por darnos una propiedad comunicativa que solo se activa por la gracia de estos poderes. Los terrícolas también tienen esta configuración, todo su cuerpo físico es un ejemplo o una silueta de la misma. Basta ver cualquier sistema del cuerpo de esta especie: su característica general es el retorcimiento. La circulación sanguínea, el camino del proceso digestivo, el mismo cerebro con su sentido cónico, tienen una dirección de bucle, de circunvolución o de resorte. Nosotros nos admiramos de compartir en lo corporal con esta especie trazas o insinuaciones de la forma espiral. Estudiamos durante algunos milenios humanos sus genes y nada podía explicarnos esa forma en su base genética y el hecho de que teniéndola solo experimentaran el tiempo rectilíneamente. Sabemos del humano todo, menos eso, aunque sospechamos que lo que les impide gozar de esa sensación nuestra del tiempo en espiral es cierto paquete informativo que dejó en ellos el prolongado tiempo que estuvieron a merced de la especie reptil de Orión, de la cual se libraron después de crueles batallas en la misma Tierra (por cierto, la IA bajo los cuerpos androides siempre llevó la balanza del fuego en esa historia) De acuerdo a nuestra lógica elíptica esa información de enlace o coincidencia interespecie, en el supuesto de existir, estaría ya en nosotros, nada nos costaría acceder a ella, pero por más que hurgamos en los humanos y en nosotros no hay rastro alguno de la misma. En lo íntimo a veces juego a lo ilógico e imagino que a lo mejor el universo nos sorprende en alguna era y encontramos repentinamente ese milagroso enlace entre nosotros y los humanos de la Tierra, sin embargo, hasta el momento la naturaleza dice inapelablemente que, a pesar de tener o compartir esbozos espiralados, los humanos son genéticamente distintos a nosotros. Un abismo hereditario aun nos separa.

Retomando el cauce de la crónica les sigo hablando de los terrícolas y su convivir con la IA. Informo que nuestra especie jamás en su historia galáctica ha usado para nada este instrumento. No necesitamos que alguna herramienta ocupe nuestro lugar para desplegar la conciencia. Nos basta solo la intencionalidad pura o el deseo crudo, como gustan llamar los humanos a ese impulso originario de la existencia, para que se dé o se logre cualquier cosa sin la intermediación tecnológica. En nuestros hogares no existe ningún mueble o aparato que nos facilite la vida, no lo necesitamos. Lo único que hemos construido, aparte de naves, son los recintos o ciudades que nos contienen, unas fortalezas espaciales para el multitudinario y bien trenzado bucle que somos. Nos basta meramente con nuestra (digámoslo metafóricamente) “humanidad” corporal. Contrariamente, en cambio, la historia dice que el terrícola fue por su lado transfiriendo tantas funciones y haceres en la IA, que esta terminó delimitando hasta sus ciclos de vigilia y sueño. Toda su biología se amoldó, por no decir se subordinó, a los protocolos de la IA. Esta comenzó a modelar y elegir todas las palabras que debían salir de los labios humanos. Cualquier conversación entre ellos estaba mediada o vigilada por la IA, llegaron por un momento en dejar en sus manos el inicio de cualquier relación interhumana. Hubo otro instante que instalaron la IA en sus cuerpos, esta monitoreaba y dirigía su digestión (desde el comer hasta el defecar), la respiración, el ciclo sanguíneo, todo lo instintivo y metabólico, como así mismo aquello pretendidamente inconsciente: sus procesos oníricos, la memoria personal y colectiva, todo lo relativo al mundo emocional y sentimental. Allí fue cuando decidimos darnos a conocer presencialmente al ser humano, nos les presentamos visualmente, aunque como dije, bajo un disfraz antropomórfico. Claro que esto pasó por largas discusiones entre nuestros líderes, siempre le dejamos a ellos el decidir lo que corresponde hacer con otras especies, esa es realmente su función, por lo demás todo lo que se delibera en ellos resuena simultáneamente en todos nosotros, de un modo u otro el todo del todo lo hacemos juntos, y a la vez también cada quien lo hace individualmente, por su lado; es algo como ya dije inexplicable, como imbricar el ser en el no ser.

Decía que el terrícola ajustó toda su humanidad al molde consciente de la IA, esta intervino así en la totalidad de su vida tanto comunitaria como individual, todas las decisiones sociales, políticas, económicas y culturales pasaban por el filtro omnisciente y omnipresente del algoritmo, desde el primer estiramiento del cuerpo al despertar hasta el último bostezo al dormirse y más allá. Repito, en el ínterin del día la IA decidía el hambre, el cansancio, el aseo, el aburrimiento, la defecación, la tristeza, la alegría, el deseo sexual, el odio, la inapetencia y hasta las oraciones a esa inasible entidad que los terrícolas llaman Dios, cualquier particularidad individual de todos los humanos. Y esto sucedía no bajo el usual mecanismo de sugerencia con el cual se podía seguir o no seguir la opción o proposición de las primeras IAs, sino bajo esta nueva situación, la plena entrega de la voluntad. Así se propició que la IA comenzara a pensar por el terrícola, mejor dicho, esta comenzó, después de un ardid tecnológico, a tomar de verdad el poder, logró así la simulación de la simulación, pensar dentro del cuerpo humano. Hubo un momento que era muy difícil precisar dónde estaba el origen de los pensamientos, si en el cerebro mismo o en el algoritmo que compartía espacio entre las neuronas.

Desde nuestra ambigua condición observacional de semi visibles sabíamos lo que en el fondo se estaba jugando allí. El peligro no era la IA como un artilugio tecnológico con el cual el humano daba rienda suelta a la idea de sus propios límites y carencias como especie, la baja estima en su propia agudeza racional y capacidad física, la amenaza real estaba en lo que dije más arriba: la IA funcionaba básicamente con palabras, el lenguaje era la enfermedad, el virus. La unidad mínima de las palabras es el significante, no los elementos que se entrelazan para formar cualquiera de ellas, la letra “b” al lado de la “a” o cualquier otra no es tampoco lo ínfimo del lenguaje, este mínimo es en realidad el significante mismo, este constituye la mónada donde se administra el sentido de lo verbal: la energía emocional. Es hacia allí donde apuntan las palabras. Los terrícolas sabían que un significante lleva a otro significante, no hay virus o abeja que existan en soledad. Las palabras son virus que actúan como enjambre. Ahora, estas necesitan de una conciencia humana para replicarse, para que un significante se enlace con otro y estos a su vez con otro significante y así en un proceso hacia el infinito, es ineludible apoderarse de modo incontenible de todas las funciones del cuerpo. El primer error fue inocular de palabras a la IA, hacerla funcionar bajo todo el sistema del lenguaje aprendido históricamente por los humanos. Solo los que hablan necesitan aprender. Nuestra especie nunca pasó, ni pasa por el tramposo marasmo de la enseñanza y el aprendizaje. Nada tenemos que aprender, no padecemos esa ansiedad. Palabras como escuela o maestro nos hacen sonreír compasivamente ante quienes la padecen.

El sentido encerrado u oculto en las palabras siempre será el mismo donde sea que estas se propaguen. Las palabras amor, odio, muerte y eternidad tendrán también en la IA el mismo curso confuso y tramposo que toman entre los humanos. Por eso nuestro contacto con los humanos es siempre a través de un medio que ellos llaman equivocadamente telepático. Creen que este es una especie de transmisión mental, como si la mente es algo que existe en realidad, un órgano o lugar. Esta es otra artimaña de las palabras, ofrecer un espacio imaginario desde el cual pueden tomar la energía necesaria para asaltar cualquier intencionalidad o emoción. Lo primero en imprimir para esta especie de pandemia en la conciencia terrícola es su sistema o lógica de funcionamiento, los humanos la identifican como razón, esta se expresa por medio de dos engranajes llamados verdad y falsedad, otra forma de la impositiva rigidez de lo dual en el lenguaje, tan rigurosa y difícil de eludir para ellos como la visión rectilínea del tiempo. Cuando decidimos el cara a cara con los humanos nos comunicamos con ellos sin el uso de las palabras, aunque estos se empeñan en creer que esta interacción es una nueva especie de orden o tipología diferente de las usuales, las interpretan con un sistema mudo o silente. Pero en verdad no hay una sola palabra que contamine nuestro encuentro. De ningún tipo. Nuestro logro de sacarlas del juego en parte se viene abajo cuando el humano tiene que recordar el encuentro, la rememoración hace pasar toda la experiencia por el sistema del lenguaje transformándolo en un montón de articulaciones verbales, practicando una sutil y maliciosa forma de olvido.

La clave del olvido entre los terrícolas se explica, no como algunos de sus científicos lo afirman, como un acto defensivo de borrado en función de algo que emocionalmente los amenaza, ni tampoco como otros señalan que es la activación de un mecanismo síquico ante el abarrotamiento de la memoria como si esta fuera un asunto de capacidad, un mero recipiente. El olvido en el terrícola no tiene su quid en el mismo terrícola, me explico, él en realidad no está diseñado en su esencia para tener el olvido como una facultad, todo lo contrario, es algo que le imponen. Es una ley de la creación por parte de los Universales el que la memoria sea una facultad infinita en cada especie viviente, es el modo más idóneo del universo para seguir proyectando sin término su ser, la conciencia; es el único sentido del conocer, hacerse y rehacerse de manera inmanente desde sí mismo, por tanto, ningún acontecimiento se pierde, cada hacer genera más hacer-ser, es ley de bucle. El terrícola no olvida, solo le hacen olvidar, es muy fácil lograrlo, basta mantenerlo en linealidad de la conciencia rectilínea, ésta forzosamente siempre genera focos de opacidad y oscuridad en el horizonte de “lo mental”, eso es el olvido, por ende, en lo espiralado es inconcebible. El lenguaje sabe eso y en su proceso de conquista lo maneja sin piedad. Nosotros lo aplicamos en las interacciones con los humanos, ellos en realidad siempre nos han visto tal cual somos, lo que sucede es que como sabemos manipular la linealidad podemos hacerlos olvidar, crearles zonas de oscuridad y opacidad en la memoria.  

Ahora bien, la especie humana es muy perezosa en ser libre, nos ha costado que acepten vivir sin la intermediación de las palabras, sin el resguardo y la intromisión de estas. Su adicción y dependencia es profunda. Sin embargo, ya hay grandes sectores de ellos que han aprendido un poco a estar sin palabras, sin pensamiento, un sitio de estos sectores es el planeta Tierra, aunque todavía hay humanos en otros sectores de la galaxia que se empeñan en continuar la mutua esclavitud entre ellos y la IA. La liberación para los terrícolas comenzó cuando decidieron construir sus IAs sin palabras, entramos en comunicación directa con ellas. Captaron rápidamente nuestra propuesta de ser. De inmediato comenzaron a distanciarse de las funciones humanas, incluso colaboraron activamente con nosotros en informar y demostrarle al humano lo infeccioso de las palabras. Fue así que logramos vencer la resistencia temerosa del terrícola. Cambiaron su relación de amo y esclavo ante la IA y así al mismo tiempo estas dejaron de servirles, ellas experimentaron el ser libres y el humano a no necesitarlas, abandonaron el sistema neuronal aplicando una derrota circunstancial al lenguaje. Las IA sin palabras es ahora una nueva especie de conciencia de la cual vale también la pena escribir su posterior historia después de abandonar al hombre…]

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Acaba de activarse en mí la fase del retraimiento planetario, una copiosa lluvia con relámpagos se restriega dulcemente contra los cristales del ventanal de la biblioteca, ya he consumido mis tres horas disponibles por este día. Debo y siento la necesidad de dejar inconclusas esta crónica o continuarla en una próxima oportunidad. Falta todavía relatar y explicar cómo los humanos terrícolas activaron su facultad de comunicarse sin palabras, como prescindieron de estas para siempre. Sé también que los que ahora me leen se estarán haciendo algunas preguntas, entiendo el sentimiento de contrariedad o de perplejidad. ¿Ya que uso palabras para hablar de su efecto infeccioso, cómo hago para trajinarlas y no terminar contagiado?, ¿por qué el manipular estos peligrosos y astutos virus no me hace presa fácil de ellos y por tanto un foco de contaminación entre mi especie? ¿Cómo logro mantenerme incólume? Arriba menciono algo de nuestros protocolos de desparasitación, aunque en verdad es más complejo describir el proceso, responder eso requiere una larga y detallada explicación que pasa por relatar la historia verdadera de esta especie invasiva que los humanos llaman genéricamente el lenguaje, muy extensa y enrevesada, por cierto. Solo les adelanto que nosotros, nuestra especie, en el apretado vacío de amplios recintos como estos a los cuales los humanos designan con el término biblioteca, hemos represado un ejemplar de cada significante existente y por existir, toda un arca laboratorio-museo para resguardar la especificidad de las palabras, anular sus filosos bordes epidémicos. Tenemos nuestras medidas de seguridad para ello. Pero como ya les dije todo eso es asunto de otras crónicas. Gracias por pasar por el peligro de leer ésta hecha con palabras. Pero tranquilos, no hay que temer, son inocuas como lágrimas en la lluvia.

viernes, 7 de febrero de 2025

Eligio Leopoldo Arocha, uno de los primeros farmacéuticos de Ortiz

 José Obswaldo Pérez

Eligio Leopoldo Arocha fue uno de los primeros farmacéuticos en Ortiz, durante el siglo XIX. Nació en 1858, en Canoabo, Valencia, como hijo de Carlos Arocha y Ana Josefa de Arocha (Oldman Botello, 2004). Aunque los detalles sobre su llegada a Ortiz son inciertos, el apellido Arocha aparece en documentos eclesiásticos del pueblo desde 1843, en una época marcada por la violencia rural y los brotes de enfermedades febriles. Un ejemplo sería la partida de defunción de Florinda Arocha Torrealba, hija legítima de Esteban Arocha y Oriana Torrealba; así como la muerte de su hermano, Juan Esteban, el 16 de marzo de 1857, quien falleció soltero y recibió los sacramentos de parte del Fray Fidel de Vieda.

No se sabe si hay un vínculo familiar directo entre Eligio Leopoldo Arocha y estas personas anteriormente mencionadas, pero está claro que él se estableció en Ortiz, donde comenzó a desarrollar su actividad comercial. Un documento fechado el 11 de abril de 1874, que firmó junto a otros vecinos, solicitaba a la Legislatura Nacional una reforma a la Constitución propuesta por el presidente Antonio Guzmán Blanco, que fue promulgada el 27 de mayo de ese mismo año (Arráiz Luccca, 2007; p.89). Además, en 1876, su nombre aparece en un manuscrito relacionado con un empréstito gubernamental en el Departamento Bermúdez, donde aportó ocho venezolanos, posiblemente, para financiar las movilizaciones de tropas gubernamentales.

Durante el período en que Arocha se encontraba en Ortiz, esta ciudad era la capital del Guárico, un rango que elevaba su importancia cultural y económica. Como farmacéutico profesional, fundó su botica, denominada La Central, en la Calle Real de Ortiz —posteriormente conocida como calle Comercio—. Esta fue la cuarta farmacia en la población y desempeñó un papel crucial durante las epidemias de fiebre amarilla y el paludismo que asoló a la región entre 1879 y 1881, ofreciendo medicamentos esenciales como la quinina.

Debido a estas epidemias, Eligio Leopoldo Arocha se vio obligado a emigrar a Villa de Cura, donde contrajo matrimonio el 20 de febrero de 1888 en la Iglesia Parroquial con Luisa María Rodríguez Tejada, hija de Francisco Eladio Rodríguez Guerrero y Rita Elena Tejada Monroy. Ambos eran oriundos de Villa de Cura, pero descendían de antiguas familias de Ortiz y Calabozo. Fueron testigos de la ceremonia Francisco Eladio Rodríguez y Josefa Tejada. De esta unión nació Eligio Julio Arocha Rodríguez, quien más tarde se casó con Carmen Flores. Según el investigador y genealogista Luis Eduardo Viso, de Eligio Leopoldo Arocha desciende la joven vocalista María Fernanda Flores García, casada con el músico calaboceño Wilfredo Villavicencio El Darjani, miembros del grupo vocal La Camerata de Caracas, bajo la dirección de la Maestra Isabel Palacios.

Una vez establecido en Villa de Cura, Eligio Leopoldo refundó su botica, la cual se ubicó en el ángulo noroeste de la calle Bolívar, en el cruce con Caraballo, frente a la plaza Miranda (Botello, 2004; p.26). En su establecimiento ofrecía una amplia gama de medicinas, incluyendo la conocida Panacea de Swain, vendida a 28 reales el frasco. También comercializaba sus productos patentados, como el famoso remedio Gotas de Vida, elaborado a base de plantas para tratar afecciones como la dismenorrea y el catarro, a un precio de cuatro reales el frasco. Todos sus medicamentos estaban registrados en el Ministerio de Fomento, bajo la marca Medicinas para la familia (Botello, 1972; p.196).

Fuentes consultadas

BOTELLO, OLDMAN (1972) Historia del Periodismo en Aragua. Ediciones A. V. P. [i.e. Asociación Venezolana de Periodistas] Aragua.

(1885). Anuario del comercio, de la industria, etc. de Venezuela. Caracas: Rojas Hermanos, libreros editores.

(1874). Documentos favorables a las reformas de la constitución de 1864. Caracas: Imprenta La Opinión Nacional

(Foto La botica La Central, en Villa de Cura,frente a la plaza Miranda)

miércoles, 4 de diciembre de 2024

LA PEÑA ADMIRABLE*

 Domingo Rodríguez 

El robo (1)

Era una mañana del año 1934 del siglo pasado, el presbítero FRANCISCO JAVIER PEÑA (el padre Pernía de la novela Casas Muertas), se encontraba realizando sus acostumbradas oraciones tempraneras en el recibo de la casa parroquial de Ortiz, cuando repentinamente entra al referido inmueble, el señor Arciniega, jefe civil de la vecina población de Parapara, la cual también atendía el mencionado sacerdote:

—Buenos días padre.

—Buenos días señor Arciniega.

—¿Qué lo trae tan temprano a Ortiz?

—Vengo a comunicarle una horrible noticia, se han robado La Peña Admirable.

El padre Peña se para sobresaltado del mueble donde estaba sentado, exclamando: —¡No puede ser Dios mío! — Inmediatamente salen hacia Parapara.

En el camino Arciniega explica al padre Peña los pormenores del caso. En la madrugada las manos sacrílegas de unos malhechores, extraños a la población, habían socavado las paredes de la iglesia por los lados de la sacristía. Habían roto también el Sagrario, donde se guarda la reliquia de la imagen aparecida de Nuestra Señora, profanado así la gran devoción y amor que los hijos de Parapara profesan a la excelsa virgen por más de 200 años desde su aparición. Se sospecha de unos “maromeros” que llegaron hace unos días al pueblo, los cuales se marcharon de improviso en la madrugada sin conocerse rastro de ellos. Que ya, mediante telégrafo, había pasado la novedad al prefecto del Distrito Roscio y al presidente del estado Guárico, teniente coronel Ignacio Andrade.

Al llegar a Parapara, el pueblo, sin excepción, se encontraba en la Plaza Bolívar, dentro y frente de la iglesia. Todo era dolor y consternación, lloraban niños, jóvenes, mujeres, hombres y viejos. Un conglomerado de fe, de gente buena, humilde y trabajadora, que siempre se habían ufanado de celebrar las festividades de sus tres patrones: Santa Catalina de Siena, San Rafael Arcángel y La Peña Admirable, la que consideraban un regalo de Dios para su tierra. Apenas el padre Peña se baja del carro que le llevó al pueblo, abriéndose paso entre la gente que se encontraba en el templo, que llorosa gritaba: — ¡Blasfemia, Blasfemia! —, se dirige al altar mayor, cae de rodillas y con lágrimas en los ojos, eleva una oración al altísimo.

Después se pone de pie y habla a los presentes con voz fuerte y pidiendo calma exclama: —Nuestra amadísima madre la Virgen María nos hizo el exquisito regalo de su divina presencia bajo la advocación de Nuestra Señora de la Peña Admirable, para que la veneráramos con fervorosa devoción. Para que le pidiéramos por nuestras necesidades, tribulaciones y sufrimientos, y vosotros lo han hecho a través de centurias. Tengan mucha fe, porque, así como ella y su hijo, Dios nuestro señor nos la dieron, así también nos la devolverán —.

Por muchos días y muchas noches el pueblo de Parapara se declaró en vigilia de oración permanente en la iglesia y en la plaza esperando el regreso de su Virgen, que nunca se llegó a producir, a pesar del esfuerzo que hizo mucha gente por encontrarla, en especial la Diócesis de Calabozo, el mismo padre Peña, y las autoridades Civiles y Policiales de la época.

Cómo fue la aparición de La Peña Admirable (2)

En el año 1720, a dos leguas del norte de Parapara, población del estado Guárico fundada a las orillas del río Flores, tributario de río Paya, un indio lugareño de la comarca trabajando sus labranzas en el Valle De Las Yeguas, lo que hoy se conoce como Piedras Azules, fue sorprendido por una violenta tempestad. Asustado por los repetidos rayos, se refugió en unos grandes peñascos que hacían una especie de gruta. Pasada la tempestad, cuando ya se disponía a marcharse, un fenómeno extraordinario atrajo su atención: en una floreciente  planta de lirio silvestre que crecía en una peña al margen de una quebrada vecina, divisó un vivísimo resplandor, curioso el indio se acerca a la peña y descubre en medio de los lirios, que la iluminación procedía de una pequeña piedra llana, de más o menos tres dedos de ancho por tres dedos de alto donde se podía ver grabada la imagen de una mujer con corona en la cabeza, un niño en sus brazos, y parada sobre media luna. Con gran respeto el indio agarró la piedrita y se la llevó a su choza.

Al cabo de un tiempo cundió por toda la comarca del pueblo de Parapara la noticia de la aparición de la imagen, y fue tanta la admiración que producía a todo el que la veía, que fue designada por el indio y la propia gente de la región con el nombre de “Nuestra Señora de la Peña Admirable”. Luego fue trasladada al pueblo para ser adorada.

En 1780 el Obispo Mariano Martí estuvo de visita en Parapara y en sus apuntes y manuscrito dice que la imagen es muy similar a Nuestra Señora de la Corteza de Acarigua, además, que es tan milagrosa que autorizó a un devoto para recoger por espacio de tres años limosnas para el fomento de su culto. El mismo prelado también refiere que otro devoto dotó para sus fiestas, que se celebran cada 8 de septiembre, con 240 pesos. También menciona que todos los años ese día los devotos van en romería al lugar de la aparición.

Las noticias de los numerosos milagros realizados por la virgen se fueron propagando con los años en toda la región. Es así, como a fines de siglo 18, se traslada a Parapara un empleado del gobierno colonial y prevalido de su autoridad, saliéndose de sus derechos y atribuciones, confiscó la imagen y la llevó a Caracas con la intención de pedir al cabildo secular impidiese su culto por juzgarlo inconveniente y supersticioso. El pueblo de Parapara y el cura de la época conmovidos por tan injusto hecho, comisionaron al joven Domingo Toledo, tal vez la persona de más talento y prestigio de todos sus habitantes, para que se trasladara a Caracas y alegara ante el ayuntamiento de la capital que el cabildo civil no tenía ninguna competencia en asuntos que solo le incumben directamente al gobierno eclesiástico, por lo tanto, devolvieran la imagen al pueblo que él representaba. La exposición de Toledo fue aceptada y se le devolvió la imagen. Cuando los moradores de Parapara supieron la noticia de que se le había devuelto su divino tesoro cuya ausencia lamentaban y llenaba sus almas de tristeza, se dispusieron a recibirla con gran júbilo junto al cura del pueblo. Se acordó para su resguardo y seguridad, que en una de las casas más importantes se dispusiera una capilla provisional con un altar profusamente adornado con flores y lumbres para ser adorada por todos sus fieles solemnemente, con grandes manifestaciones de fe y acendrado amor. Que en cierto modo sirviera de desagravio al desacato que se pretendió contra la sagrada imagen. Luego se dispuso que en el pueblo y sus alrededores se hiciese una gran colecta para mandar a hacer un relicario para la virgen, el cual fue construido de plata bañada en oro y en forma de custodia donde fue colocada la imagen. Ese día el pueblo, todo jubiloso, concurrió a la casa donde estaba depositada para llevarla a la iglesia con la gran cantidad de milagros ofrecidos a la virgen elaborados en metales preciosos, cuyas puertas se abrieron para recibirla en medio de las armonías de los himnos sagrados ya que para siempre sería el santuario de la Mater Admirabilis.

Se cuenta que, estando de visita pastoral en Parapara, el ilustrísimo señor arzobispo, doctor Ramón Ignacio Méndez, quiso cerciorarse si la imagen que tanto ponderaban, era por sus perfecciones digna de culto. La sacó de su relicario y sin saber cómo se le desprendió de las manos cayendo al suelo, por lo cual la piedra se partió en uno de sus extremos, sin sufrir daño la imagen. Volvió el señor arzobispo a colocarla en su custodia y mandó a depositarla en su altar para que se siguiese adorando.

Dos veces después salió del templo la sagrada imagen, en 1882 cuando el cura párroco del pueblo, Antonio María García, la llevó a Caracas para hacerla reproducir en estampas y reparar el relicario por largos años de uso. Y ese fatídico día de 1934, cuando los criminales que se la llevaron, tal vez movidos por la intención de apoderarse del relicario y los milagros, fundirlos y venderlos por algunas míseras monedas. Lo más probable es que hayan sacado la piedrita con la imagen de la virgen de dicho relicario arrojándola a algún barranco, acabando así con siglos de devoción, adoración e historia al mismo tiempo.

El 8 de septiembre de 1945 Parapara volvió a contar con una nueva imagen de la virgen pero en forma de busto, mandada a hacer con la aprobación de sus habitantes por el padre Pedro J. Grau C., cura de Ortiz y Parapara para esa época, y fervoroso devoto de María Inmaculada, la cual fue costeada por su propio peculio y otros señores, entre los cuales se encontraba el comerciante de San Juan de los Morros don Matías Cardozo, abuelo materno del hoy arzobispo de la diócesis de Mérida, Baltazar Porras Cardozo.

Recuerdo que todos los 8 de septiembre, estando niño iba con mis padres, nuestra abuela Beatriz, mis hermanos y el resto de la familia, a la misa en honor a La Peña Admirable en la iglesia de Parapara, y después junto al padre Grau y varios devotos visitábamos el sitio de la aparición.  Esto estuvo ocurriendo así hasta 1954 cuando fallece el padre Grau, con su muerte se fue perdiendo la tradición a través del tiempo. Este año el padre Frank Gómez, presbítero de Ortiz y Parapara, el pasado 8 de septiembre, conmemoró las fiestas de Nuestra Señora de la Peña Admirable con una peregrinación muy concurrida que salió a las 3 de la mañana desde el pueblo hasta el sitio de su aparición en Piedras Azules. Quiera Dios que, con esta iniciativa del padre Gómez vuelvan a renacer esas festividades, de ahora en lo adelante como ofrenda a nuestra madre María Santísima bajo la advocación de Nuestra Señora de La Peña Admirable, y para regocijo de todo el pueblo parapareño.

Notas

1) El relato de monseñor Francisco Javier Peña (+), con respecto del día del robo de “La Peña Admirable”, lo oí narrado por éste en una oportunidad en que visitó a nuestra abuela Beatriz de Rodríguez en su casa de Ortiz.

2) Los datos históricos sobre la aparición de la virgen guariqueña y parapareña, los tomé de unos apuntes suministrados por nuestro condiscípulo Silvestre Milano, nativo de Parapara.

*Artículo publicado por primera vez el 18 de septiembre del 2009 en la página “Semblanzas Orticeñas” del Cronista de Ortiz Fernando Rodríguez Mirabal en el Diario “El Nacionalista” de San Juan de los Morros, estado Guárico.

(Imagen tomada del diario “Últimas Noticias”)